Actuar en la primera infancia es

prevenir una adolescencia con

salud mental.

Está en tus manos, mamá, papá.

Sabemos que algo se movió dentro de ti al ver la serie Adolescencia. Esa

historia —de un adolescente que, con una aparente normalidad familiar, comete un crimen devastador— ha dejado inquietud, miedo, preguntas.

¿Cómo llegamos ahí?, ¿qué se puede hacer para evitarlo?

La serie sacude, sí, pero también nos ofrece una oportunidad: reflexionar sobre lo que realmente necesita la niñez y sobre lo que como adultos podemos hacer desde hoy.

Más que paralizarnos, este es el momento de actuar. Porque estás a tiempo. Y porque tú, mamá, papá, tienes un poder enorme: el de formar, proteger y acompañar desde el principio.

La prevención comienza en la primera infancia. A través del vínculo afectivo, los límites claros y la educación emocional y sexual, podemos cuidar el corazón y el cerebro de nuestros hijos e hijas.


Aquí te comparto dos caminos que se entrelazan para fortalecer esa

base emocional y mental:

1. Vínculos afectivos y contención socioemocional

2. Educación sexual, manejo de la agresión y límites con la tecnología



1. Vínculos afectivos y contención socioemocional

Somos seres sociales. Nacemos preparados para conectar. Tu bebé viene con un cerebro diseñado para vincularse contigo. Busca tu mirada, tu voz, tu piel, tu contención.

Esa conexión se construye todos los días: en las miradas, en los cuidados, en los consuelos. No necesita perfección, necesita presencia. Y lo más importante: ese vínculo moldea el desarrollo cerebral y emocional de tu hija o hijo. Como cuidadores primarios (mamá, papá, abuelos, tías, maestros), dejamos una huella. Y dentro de ese entorno afectivo, se construye lo que llamamos apego seguro. Ser esa “base segura” a la que los niños y niñas pueden regresar cuando se sienten tristes, confundidos o con miedo.

Tu hijo no necesita una madre o un padre perfecto. Necesita saber que puede volver a ti, aunque se equivoque, aunque esté confundido. Que estás ahí. Eso es lo que da confianza y estructura para explorar el mundo.

Como dice Dan Siegel, la clave es la presencia. Estar en cuerpo, mente y emoción. Sin pantallas de por medio. En sintonía con su mundo y sus necesidades. Para poder ofrecer esa base segura, necesitamos también mirar hacia adentro. Sanar nuestras heridas de infancia, romper patrones que ya no queremos repetir. Y si es necesario, pedir ayuda. Porque criar también es una oportunidad de crecer y sanar.

2. Educación sexual desde la cuna y manejo de la agresión

Desde el nacimiento, educamos sexualmente: en cómo tocamos, cómo hablamos, cómo nombramos el cuerpo. Cuando anticipas un cambio de pañal o avisas que vas a dar un masaje, tu bebé aprende que su cuerpo merece respeto. Aprenden que hay “abrazos sí” y “abrazos no”, como dice Ely Rayek. Las niñas y los niños tienen derecho a conocer su cuerpo, a nombrarlo sin eufemismos, a sentir placer asociado al afecto, no al miedo ni a la vergüenza.

Vivimos en una cultura que todavía arrastra estereotipos dañinos como “los niños no lloran” o “las niñas bonitas no se enojan”. 

Estas ideas pueden sembrar insensibilidad, pasividad o represión emocional. Y sí, pueden estar en la raíz de muchas violencias futuras.

La educación sexual también implica enseñar a poner límites: a decir NO ante una agresión, a reconocer el abuso, a identificar cuando algo no está bien.

La agresividad en la primera infancia es esperable: muerden, empujan, arrebatan. Pero ahí mismo, en ese momento, sembramos las primeras semillas anti-bullying. Enseñamos a decir “¡ALTO!”, a cuidar el cuerpo propio y el de los demás, a empatizar.

Queremos hijos que no agredan ni permitan ser agredidos. Que pidan ayuda. Que valoren el respeto, la solidaridad y la dignidad.

3. Reglas, límites y tecnología: el nuevo reto

La vida necesita estructura. Los niños y niñas necesitan reglas. No para controlarlos, sino para ofrecerles seguridad.

Los límites son la otra cara del amor.

Desde la cuna, les enseñamos lo que sí y lo que no: no se muerde al amamantar, no se rompe lo que otros valoran, no se lastima a los demás. Cada familia definirá sus propios valores. Lo importante es que los transmitas desde la conexión, no desde el miedo.

Y cuando hablamos de límites hoy, no podemos ignorar el uso de pantallas y tecnología.

La ciencia es clara: la exposición temprana e indiscriminada a pantallas afecta el desarrollo neurológico, emocional, visual y social. Un estudio con 7,000 bebés mostró que mientras más tiempo pasan frente a una pantalla, mayor es el impacto en su comunicación y resolución de problemas.

Los dispositivos pueden parecer una ayuda momentánea. 


Pero no son inocuos: activan centros de placer en el cerebro que los pueden enganchar, como una droga. A largo plazo, reducen el juego libre, la interacción y el movimiento, que son esenciales en esta etapa.

No pongas una pantalla en manos de un niño pequeño. No le des un celular personal. Si ya lo hiciste, aún estás a tiempo de retirarlo. El verdadero regalo que puedes darle es tu presencia.

Una idea sencilla: coloca una canasta de celulares en casa con un letrero: “Aquí los dejamos para poder mirarnos”. Ellos lo ven. Lo sienten. Y aprenden que son prioridad.

4.Nuestros valores: ¿competencia o cooperación?

Vivimos en una cultura que premia la autosuficiencia extrema, la perfección, la competencia desmedida. ¿Y si estamos equivocados?

Daniel Siegel habla del daño que ha hecho la fantasía del “solo self”: la idea de que debemos lograr todo por nosotros mismos. Esta creencia está detrás de muchos suicidios adolescentes. 


Porque cuando los jóvenes sienten que no pueden más, y creen que no hay red de apoyo, se hunden.

Nuestros hijos e hijas necesitan aprender que no están solos

Que pueden pedir ayuda. Que el error no es fracaso, sino parte del aprendizaje.


La familia es la primera comunidad. Y si cultivamos el apoyo mutuo, el respeto, la solidaridad, estamos sembrando salud mental.

Sí, estamos a tiempo

Tú puedes ser esa base segura. Puedes tejer el vínculo, poner los límites, educar con ternura, hablar sin miedo.

No estás sola, no estás solo. Pide ayuda si lo necesitas. Rompe patrones.

Permítete gozar la crianza. Jugar. Reír. Cuidar.

La primera infancia es la mejor inversión emocional que puedes hacer.

No por miedo al futuro, sino por amor al presente.

Porque actuar en la primera infancia es prevenir una adolescencia con salud mental.

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